Fármacos

Fármacos

La ViS prevé que, ante cualquier tipo de problema de salud, el organismo reacciona buscando un nuevo equilibrio con tanta decisión y fuerza como alto sea el grado de salud. El constante proceso de reequilibrio del organismo ante cualquier alteración de la salud suele conllevar una oportunidad para mejorar la salud y de paso, de un modo más o menos directo, crear nuevas sinapsis y nuevos aprendizajes.

A la buena salud no se llega con intervenciones desde fuera del paciente, sino que es algo inherente al organismo humano, si mantiene hábitos e interacciones con los factores de salud (ver § factores de salud en Capítulo 1). El grado de salud óptima se alcanza desde dentro del organismo, interactuando con el medio natural y social. Idealmente, si nutrimos nuestras células correctamente y evitamos las acumulaciones tóxicas, es posible extender la vida con bienestar, más allá de la media poblacional.

La intervención externa no es aconsejable

Con acierto, John H. Tilden (1851-1940) decía que “solo el ayuno, el descanso en la cama y dejar los hábitos que enervan, tanto mentales como físicos, permitirán que la naturaleza elimine las toxinas acumuladas (…) las curas e inmunizaciones por medicamentos son producto de la vanidad y de la impaciencia pues se fundan en el principio absurdo que razona a partir de los efectos hasta la causa -se descubre el órgano con crisis de toxemia, una úlcera de estómago y se extirpa, que existe un cálculo biliar y la piedra se extirpa; que hay un tumor fibroso del útero y se extirpa el tumor o el útero (…). El público acepta este razonamiento como un tratamiento eficaz cuando, de hecho, se trata de una eliminación absurda de los efectos. Y eso no es lo peor de tal torpeza: los cirujanos no tienen la más mínima idea de la causa que produce los efectos que con tanta habilidad ellos eliminan”.

El mayor conocimiento sobre cómo vivir para estar más sano evitando situaciones insalubres y la aparición de nuevos fármacos, ha aumentado paulatinamente la esperanza de vida, pero también se ha experimentado un aumento de los achaques y enfermedades, la necesidad de mayor medicación y una dependencia mayor de la población en el sistema sanitario.

Es cierto que los nuevos fármacos han logrado que algunas enfermedades crónicas sean más llevaderas, pero también es cierto que se ha experimentado un incremento del número de dolencias y enfermedades o de una mayor precariedad en la salud; todo ello debido principalmente a los efectos secundarios de los fármacos. Es usual que la sanidad desplace su atención hacia los medicamentos, dejando de lado el origen de muchas enfermedades que van de la mano de malos hábitos de vida.

Para bien o para mal, en general los medicamentos y las vacunas, aumentan el grado de toxicidad en el organismo, muchos afectan el metabolismo y otros bajan la energía vital. Esto hace inhibir la capacidad natural de reacción buscando el equilibrio perdido. En mayor o menor medida, los fármacos son sustancias extrañas que hacen reaccionar al organismo, lo que en muchos casos se suele catalogar de “efecto secundario”.

Si se insiste en seguir tomando como solución de las enfermedades, los fármacos, el cuerpo intentará minimizar el desequilibrio orgánico, pero a costa de quedar debilitado, con lo que progresivamente, su respuesta defensiva será cada vez más débil, apareciendo úlceras, alergias, afecciones renales o hepáticas, entre otros trastornos producidos por la intoxicación. Sin embargo, no parece interesar a la medicina actual las investigaciones que cuantifiquen el impacto de la medicación en la salud. Los fármacos palian las dolencias, pero no curan.

La tolerancia a las drogas

Ante la ingesta de un medicamento el organismo reacciona, por ejemplo, con dolor, mareo o vómito, la medicina convencional lo suele interpretar como una prueba de intolerancia a lo ingerido, en vez de una forma de resistencia del organismo ante una agresión externa. Si el enfermo reacciona mal ante un medicamento, se ve como correcto insistir para que se vaya acostumbrando, y así, poco a poco, pueda tolerarlo e ingerirlo “sin peligro”. No es lo mismo resistir que tolerar.

Se llega a pensar que un medicamento es dañino mientras el cuerpo resista activamente y trate de expulsarlo, y sólo cuando esta resistencia cese, es cuando el medicamento puede actuar eficazmente; cuando debería ser lo contrario, es decir, si no se expulsa es cuando resultará más dañino. No es que la resistencia haga que el medicamento pierda su potencial sanador, más bien es que, cuando ya es tolerado, el cuerpo pierde su poder para reaccionar con fuerza en busca de un equilibrio saludable.

La disminución de la capacidad de reaccionar del organismo se le suele llamar en el ámbito médico “tolerancia”. Un estado de aceptación que es valorado por el médico como positivo, pero que no es nada bueno para el paciente que la tolera, pues está perdiendo una facultad ancestral y autónoma para mantener su salud.

Convencionalmente se suele pensar que, cuando se logra que el paciente tolere un medicamento por su ingesta continuada -cuando la resistencia vital ha sido reducida-, es cuando los efectos «curativos» actúan. Desde la ViS se diría de otro modo: cuando el poder del cuerpo para resistir un veneno determinado se reduce, es menos capaz de «reaccionar» ante ese veneno.

Cuando se llega a la tolerancia tras un proceso reiterado, puede generar cambios perniciosos. Por ejemplo, la actividad reiterada de trabajo manual puede llevar a crear un endurecimiento de la parte que sufre fricción en las manos, lo cual no es el resultado de la fricción, sino la reacción orgánica para afrontar la fricción. Esto hará que quede protegida la piel debajo del callo a costa de perder las valiosas propiedades de la piel en esa zona.

Otro ejemplo. Consumir un condimento picante, si no hay costumbre, hace que todo el sistema digestivo sufra a su paso desde la boca al recto. Si se persiste, los efectos irritantes van disminuyendo hasta que al final se tolera. El problema es que entonces, las paredes interiores del tracto digestivo se vuelven más gruesas y se endurecen, lo que hace que el gusto se sesgue y la digestión pierda su correcta funcionalidad. Lo mismo ocurre con el alcohol, el tabaco, el café y demás drogas habituales. Al tolerarse parece que todo va bien, pero la acumulación tóxica no cesa, hasta que, en un momento dado, aparece la enfermedad “como caída del cielo”. En realidad, se ha debido a un cúmulo de malas decisiones para la salud.

¿Son necesarias las vacunas?

Apenas se avistaron los primeros gérmenes con rudimentarios microscopios de apenas 20 o 40 aumentos, por intereses espurios, se afirmó categóricamente que aquellos “bichos” eran unos asesinos implacables, causantes de todas las enfermedades. A pesar de que existían otras teorías alternativas menos dramáticas y más científicas, la llamada teoría de la infección o del germen, mostraba tantas oportunidades de negocio que, sus defensores, más que mostrar prudencia ante lo nuevo, se dieron prisa para imponerla a los colectivos más implicados: población, médicos, investigadores e industria farmacéutica.

Con la revolución industrial de fondo y una incipiente industria química y farmacéutica con interés por la teoría de los microbios infectando el cuerpo, más que imponerse esta visión por criterios científicos a otras teorías alternativas, se impuso por razones comerciales, pues justificaba y abría la puerta a fabricar productos industriales en grandes cantidades: antisépticos, sueros, antibióticos y vacunas. Además, era perfecta para que cuanto más miedo adquiriera la gente a los gérmenes, la industria farmacéutica gozara de más ganancias. Desde entonces y hasta ahora, siempre ha sido así.

A la sombra de la teoría de la infección, se procedió a la vacunación masiva de buena parte de la población de muchos países, principalmente tras la segunda guerra mundial en las décadas de los 50, 60 y 70. Éstas prometían tener la capacidad de mejorar nuestro sistema inmunitario y hacerlo más eficiente frente al ataque de los gérmenes. Sin embargo, de un modo progresivo, han ido apareciendo nuevas enfermedades y desconocidas que se hicieron cada vez más frecuentes y principalmente concentradas en las generaciones que habían sufrido la vacunación masiva.

Algunas investigaciones muestran cierto vínculo causal entre las nuevas enfermedades y el propio sistema inmunitario de los individuos a los que se había vacunado múltiples veces. Estas nuevas enfermedades tienen en común que el sistema inmunitario, en lugar de defender al organismo como había hecho siempre, por alguna razón, identifica a los propios órganos y sistemas como alienígenas y los ataca con toda su potencia. Esta nueva vulnerabilidad a la enfermedad ha ido en aumento de forma exponencial, hasta tal punto que las enfermedades autoinmunes afectan a un sector significativo de la población.

Como es lógico, el sistema sanitario niega oficial y rotundamente, cualquier relación entre el hecho de haber manipulado masivamente el sistema inmunitario y la aparición de una enorme cantidad y variedad de enfermedades autoinmunes, ante la evidencia de que ambos hechos se han dado de forma correlativa.

Antibióticos y sus efectos

Los antibióticos han demostrado que mataban a los gérmenes porque les impiden la síntesis de proteínas necesarias en su metabolismo de membrana. En los años 90 se supo que tenían esa acción letal sobre los gérmenes porque afectan el ADN de éstos y distorsionaban su mensaje genético. Los antibióticos serían una medicación antibacteriana ideal, para los que creen que nuestros gérmenes son agresivos, si en realidad ejercieran su acción tóxica sólo y exclusivamente sobre el grupo de bacterias que se cree que son la causa de la enfermedad.

El problema de los antibióticos es que su acción tóxica no es selectiva en absoluto y ataca igualmente el ADN nuclear y al ARN mitocondrial, así como a todas las células de nuestro organismo, provocándoles los mismos estragos y siendo imposible separar el ataque sobre las bacterias del ataque sobre las células. Nuevas investigaciones recientes muestran la imposibilidad de impedir que los antibióticos afecten también al ADN de nuestras propias células.

Como consecuencia del ataque continuado al ADN en las nuevas generaciones se han producido dos fenómenos graves: la infertilidad y la aparición masiva de las denominadas enfermedades raras que se caracterizan por malformaciones en órganos y sistemas de los recién nacidos. En la actualidad hay 27 millones de casos computados en Europa, otro tanto en Estados Unidos y 42 millones en Iberoamérica, es decir, unos cien millones de personas entre Europa y América. No hubo en la historia reciente, una epidemia de tal magnitud.

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