Sistema Inmune

Sistema inmune

El sistema inmunitario, inmune o inmunológico se refiere a las células y mecanismos internos del cuerpo que permiten mantener el equilibrio orgánico frente a agresiones externas o internas, ya sean de naturaleza biológica (agentes patógenos) o físico-químicas (contaminantes o radiaciones). Todos los tipos de células del sistema inmune, provienen de una célula basal que se multiplica continuamente en la médula ósea, donde se genera diariamente un trillón de células.

Los elementos activos del sistema no se localizan en un solo sitio, sino que se encuentran en distintos fluidos, tejidos y órganos, que colaboran entre sí y distribuyen las células hacia áreas del cuerpo donde son requeridas. Así, adenoides, amígdala, timo, bazo, nódulos y vasos linfáticos, apéndice o médula ósea son entidades orgánicas que participan de un modo u otro en la conformación del sistema inmune.

Desde una visión evolutiva, el sistema inmune es un mecanismo básico que poseen todos los seres vivos, y surgió hace más de dos mil millones de años. Cuando el azar compone moléculas orgánicas e inorgánicas, que se juntan o separan según afinidades físicas y químicas, siendo capaces de existir y duplicarse con cierta autonomía del medio, solo las estructuras que podían mantener su entidad frente al medio, con algún sistema que rechace partículas que no se acomodan a esa estructura físico-química, perduran en el tiempo, de modo tal que, en vez de crecer por meros añadidos, incorporan las partículas externas por procesos de asimilación y acomodación. Con el paso del tiempo, este sistema inmunológico primario y las leyes naturales que rigen la evolución lo fueron perfeccionando.

Desde los seres más primitivos con vida hasta el ser humano, todos viven gracias a su sistema inmunológico, fiel guardián de la identidad de cada ser. Los humanos nos beneficiamos de una gran variedad de seres microscópicos que aportan equilibrio y salud dentro del organismo, sin los cuales no podríamos vivir. Desde hace millones de años, todos los seres vivos coexistimos en un equilibrio necesario, pero sorprendente a los ojos humanos, entre su interior y exterior.

El sistema de consumo actual que predomina, ha hecho que el equilibrio natural se haya ido degradando, sobre todo en las últimas décadas. Muchos pequeños seres vivos que rodeaban los entornos rurales (lagartijas, caracoles, abejas, mariquitas, saltamontes, hormigas, mariposas, pájaros, etc.) han ido paulatinamente migrando o desapareciendo, debido al uso y abuso de productos químicos en los campos de cultivo, a la vez que se ha ido degradando los ecosistemas. Las especies que no están preparadas para asimilar estos cambios y, mucho menos los venenos, se van extinguiendo.

En estos tiempos, hemos asumido que lo natural es estar enfermo. No somos conscientes de que tenemos el instinto atrofiado, el paladar tergiversado y la movilidad limitada. A diferencia del humano y las mascotas, los animales libres en la naturaleza no sufren de obesidad, diabetes, infartos, gota, esquizofrenia, etc. La tecnología, junto a poderosos medios de comunicación, ha ido creando en los seres humanos una especie de anestesia y alienación mental y, consecuentemente, cierto grado de adoctrinamiento para ser más convencionales en la aceptación del sistema dominante.

El problema de las alergias

La alergia es una reacción orgánica a sustancias externas que penetran en el cuerpo por el aparato respiratorio, digestivo, piel y mucosas. El sistema inmune percibe estas sustancias como extrañas e intenta neutralizarlas. Es un proceso subjetivo al individuo, pues, para las personas que no tienen alergia, su organismo reconoce la sustancia como extraña y la neutraliza sin dañarse a sí mismo, mientras que, en el caso del alérgico, el cuerpo intenta neutralizarla de tal modo que se hace daño y es allí cuando aparecen los síntomas típicos.

Estudios actuales observan que el aumento de las alergias en la población se debe principalmente a una higiene excesiva y al ambiente aséptico de las ciudades. Estas investigaciones concluyen que una menor exposición a infecciones, microbios y virus explica el aumento de las alergias. Aunque parezca contradictorio, para fortalecer el sistema inmune, es preciso salir de las zonas de confort para así interactuar con otros entornos menos domesticados que hacen ampliar la capacidad de reacción y estimulan al sistema inmune a producir anticuerpos.

Algunos estudios han distinguido una menor prevalencia de procesos alérgicos en personas que durante la infancia han convivido con animales dentro de la casa, o al comparar poblaciones de entornos urbanos con las del medio rural, donde hay una menor exposición a los alérgenos habituales. Todo esto es coherente con la ViS que postula una relación inversa entre las infecciones en la infancia y el desarrollo y maduración del sistema inmune.

Se entienda bien que no se trata de ir sucios o tomar medidas exageradas de interacción con el medio para que entren en nuestro cuerpo más cantidad de sustancias externas químicas u orgánicas, sino que más bien debemos mantenernos limpios sin que se llegue a una obsesiva búsqueda de esterilizarlo todo, pues siempre el organismo humano ha vivido en equilibrio con los gérmenes del entorno sin la limpieza exagerada que predomina hoy en día.

La intervención externa debilita el sistema inmune

Los resfriados y gripes que se sufren con más frecuencia de lo normal son molestos y demuestra que el sistema inmunitario no funciona a pleno rendimiento. Una de las causas de que esto ocurra es cuando se extirpan las amígdalas. Esta operación multiplica por tres el riesgo de padecer infecciones respiratorias en la edad adulta.

Una investigación con los informes médicos de 1,2 millones de niños daneses a lo largo de 20 años, con una muestra de 60.400 sujetos operados de las amígdalas. Después de haber cumplido 30 años, aquellos participantes que habían sufrido la operación habían acudido al médico para tratarse resfriados, mucosidad o bronquitis con el triple de frecuencia que las personas no operadas. Además, en muchos casos aumento el riesgo padecer neumonías y una enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) como el asma o el enfisema. Los investigadores constataron también una elevada tendencia a sufrir 28 tipos distintos de enfermedades, entre ellas, infecciones parasitarias, enfermedades de la piel, alteraciones oculares…

Las amígdalas y los adenoides no son unos tejidos molestos o inútiles, sino que desempeñan un papel importante en la inmunidad temprana, pues las células defensivas instaladas en ellas bloquean la penetración de bacterias y virus en el pulmón y en la garganta. Investigaciones han mostrado las consecuencias de esta intervención y poseen una mayor comprensión de las funciones del tejido inmunitario. La mayoría de médicos es consciente de que las amígdalas tienen una función positiva, pero siguen realizándose demasiadas intervenciones.

Es preferible un tratamiento natural que exige un poco más de atención y constancia que la simple ingesta de unas pastillas, pero que son eficaces:

  • Asegurarse una buena hidratación bebiendo abundantes zumos y caldos de verduras durante los días de enfermedad.
  • Aplicar envolturas de agua fría.
  • Aplicar zumo de limón en las amígdalas, varias veces al día, durante 48-72 horas.
  • Realizar gárgaras con una mezcla de agua caliente y agua oxigenada a partes iguales varias veces al día.
  • Hacerlas con agua tibia y sal (una cucharadita por taza).

El tratamiento natural puede evitar la evolución y la repetición de las amigdalitis o anginas.

Fortalecer el sistema inmune mejor que intervenir externamente

La complejidad orgánica del sistema inmune hace que no se pueda mejorar con una intervención mecánica externa (extirpaciones, vacunas, etc.), lo correcto sería fortalecer el sistema inmune potenciando unos alimentos sobre otros, por ejemplo, ingerir alimentos lo más exentos de agroquímicos y aditivos, cocinados y combinados para optimizar la ingesta de la mayor cantidad de nutrientes, hacer ejercicio mañana, tarde y noche que incremente el metabolismo, fije nutrientes y mejore los tejidos, músculos y articulaciones. En definitiva, medidas que mejoren el funcionamiento de los reguladores biológicos, tales como:

Aumentar la ingesta de plantas para mejorar el sistema inmune

Centrar la atención en las raíces de plantas como son ajo, astrágalo, cúrcuma y jengibre, que se pueden tomar o ser añadidas a casi todas las comidas. En cuanto a las partes aéreas de las hierbas para tomar en infusión tenemos té verde, equinácea, hinojo, romero, tomillo, diente de león o mate, Evitar en el formato de bolsitas, así como los edulcorantes. Mejor usar directamente la hoja de estevia.

Aumentar alimentos reguladores que nos aporten vitaminas y minerales

Cítricos como el limón, lima, pomelo, mandarina, naranja, gracias a la vitamina C, la producción de glóbulos blancos, claves para combatir infecciones. Son especialmente recomendados para prevenir resfriados. Dado que el cuerpo no la produce ni la almacena por sí solo, es preciso ingerir alimentos que la contengan todos los días.

Algunos minerales imprescindibles para el sistema inmune son: zinc (pescado, yema de huevo, germen de trigo, semillas de sésamo y calabaza, cereales integrales y legumbres), selenio (cereales integrales, carnes y pescados, champiñones), hierro (carnes rojas mariscos, hígado, vísceras, frutos secos, semillas de sésamo y calabaza), cobre (lentejas, garbanzos, judías, cereales integrales, frutos secos, hígado y vísceras, marisco, ciruelas y pasas)

La vitamina D fortalece el sistema inmune, al estimular los macrófagos y las células dendríticas, aumentar los linfocitos, produciendo un efecto antiinflamatorio, elimina los patógenos y mantiene la integridad de la mucosa intestinal.

Reducir lo más posible la ingesta de productos industriales alimentarios

Evitar en lo posible productos de elaboración industrial pues acumulan la toxicidad de aditivos. Pero sí aumentar, sin embargo, la ingesta de alimentos frescos y enteros como frutas, verduras, cereales integrales y frutos secos, lo más naturales y crudos posibles, para captar al máximo los nutrientes y en cantidades justas según se necesita. Actualmente, no se pueden evitar tomar las piezas con agroquímicos, pero al menos intentar tomar suficiente conocimiento como para seleccionar en la compra dichos productos para reducir estos tóxicos.

Diariamente, dedicar un tiempo para la actividad física y otro para el reposo y sueño

Independiente del formato de la actividad, es importante aumentar el metabolismo, estirando los músculos, con actividades domésticas, caminando, trotando, etc., sin olvidar algún ejercicio de alta intensidad que nos haga sudar durante un buen tiempo. Desarrollar una actitud de preocupación cuando no se tenga la cuota de actividad diaria que incrementa el metabolismo.

La alternancia entre descanso y actividad debe ser equilibrada. No es sano el descanso tras el descanso o estar constantemente estresado con mucha actividad. Importante también aprender a relajarse, tomando conciencia del vínculo íntimo cuerpo-mente. La calma emocional y el reposo sensorial son necesarios.

Apostar por una relación social llena de encuentros y riqueza emocional

El equilibrio emocional se encuentra en las interacciones sociales que habría que buscarlo de forma intencionada como condición necesaria para el desarrollo y la maduración. El amor a uno mismo, además de mejorar la autoestima, es fundamental para querer a los demás. El afecto de amigos y familia es una de las mejores medicinas. También es necesario lo contrario, momentos para estar en soledad con nosotros mismos. Momentos para la introspección, la reflexión, la meditación o para intimar con nuestro interior psicosomático. También es sano compartir técnicas corporales como la biodanza o el baile, donde se puede socializar la alegría. La expresión artística o artesanal (como escribir, pintar, moldear) son modos sanos de expresar sentimientos, liberar tensiones, miedos y ansiedades.

En pocas palabras, los factores que debilitan el sistema inmune son la edad, la falta de agua. la toxicidad física y mental, el sedentarismo, el estrés, el móvil, azúcar, etc., y los factores que la fortalecen son la buena hidratación, la actividad física, raíces como el ajo, el jengibre y la cúrcuma, los jugos verdes, las vitaminas C y D, la miel, los probióticos naturales, la gelatina de hueso, el aceite de coco, la relajación, etc.

Una visión alternativa del sistema inmune

Existe una visión predominante del sistema inmunitario que afirma estar dedicado a neutralizar o destruir a todo invasor patógeno causante de enfermedades: parásitos, virus, bacterias, hongos, toxinas, sin embargo, investigaciones recientes muestran que lo anterior es un modelo demasiado simple pues ignora los complejos procesos de equilibrio y reciclaje que tienen lugar en nuestro organismo. El sistema inmune, más que verlo desde una lógica belicista en una constante lucha contra los gérmenes, habría que verlo aplicando la lógica de la cooperación, fruto de una equilibrada simbiosis entre organismo y medio externo.

Simbiosis interna y externa

Resultaría paradójico que la naturaleza nos haya dotado de una multitud de pequeños colaboradores con funciones biológicas tan importantes en el organismo y, a la vez, todo un ejército inmunológico para exterminarlos. El sistema inmunológico, más que un aparato bélico listo para matar microbios, es un sistema complejo que cumple diversas tareas para mantener el equilibrio interno y la simbiosis con nuestros microbios.

Shelton critica a los “expertos” de la teoría del germen obstinados por una actitud confirmatoria de mostrar que el germen es la causa la enfermedad, pero no se preocupan de demostrar que esto sea siempre así, intentando cotejar si se da la posibilidad de encontrar la enfermedad sin la presencia del germen, lo que falsaría la teoría. Por otro lado, si los gérmenes estuvieran omnipresentes, deberían hacer notar su influencia maligna constantemente, cuando esto en la realidad no ocurre. La enfermedad no es causada por el germen, sino por el estado tóxico del organismo que permite que el germen florezca.

La ViS percibe que la maduración del sistema inmune se logra manteniendo las interacciones sujeto-medio natural que nos han llevado a ser lo que somos en el proceso evolutivo. Es decir, mantener las interacciones con el sol, el agua, la tierra y el aire, con los alimentos naturales sin mucha transformación y evitar las interacciones desnaturalizantes, como las prendas artificiales, la alimentación industrial, los entornos contaminados, entre otras. Y, sobre todo, mantener la actividad física, mezclando intensidades moderadas y altas y, a ser posible, en entornos naturales.

Así, asimilando los factores que aportan salud y evitando los que restan, estaríamos conformando las condiciones óptimas para desarrollar un sistema inmune maduro y capaz de reaccionar ante la gran diversidad de ambientes a los que la vida nos puede exponer. No cabe duda de que centrarnos en las interacciones propias de nuestra zona de confort, nos avocará a previsibles desequilibrios apenas salgamos.

Una persona que ha vivido toda su vida en un entorno, es corriente que experimente diversos síntomas de enfermedad al visitar países lejanos con entornos ambientales y climáticos diferentes. Muchas veces, por desconocimiento o requisito para visitar el país, deben aplicarse vacunas o administrar medicación de profilaxis para evitar enfermedades endémicas. Sin embargo, se ha comprobado que, dando tiempo al organismo a adaptarse al entorno (incluyendo el clima, los alimentos, condimentos y demás) e incorporando medidas de precaución (por ejemplo, para evitar la picadura de insectos), el organismo va asimilando los cambios y poco a poco alcanzando un nuevo equilibrio entre sistema inmune y medio.

Visión alternativa de las bacterias: el microbioma

En coherencia, si existe una visión alternativa del sistema inmune, también existe otra alternativa sobre los microorganismos. De hecho, las investigaciones recientes de los últimos años vienen a consolidar más sólidamente esta visión simbiótica del sistema inmune. En la playa se han contado 10.000 millones de virus por litro, en suelos han dado cifras de hasta 5000 millones por gramo de tierra seca, en el aire, en zonas libres de contaminación, arrojan cifras semejantes, lo que nos dice que vivimos literalmente inmersos en un mar de bacterias y virus. También se encuentran en el interior del cuerpo pues tenemos cerca de 100 billones de bacterias, 10 veces más que células tenemos en el cuerpo y 10 veces más de reguladores de bacterias (fagos) que controlan el microbioma intestinal y, por tanto, la salud del organismo. A añadir las colonias de bacterias controladas por virus que están en nuestra piel protegiéndola. Más aún, nuevos métodos de análisis y evidencias muestran que la práctica totalidad del genoma humano está formado por secuencias derivadas de cadenas víricas. Cada vez más, las investigaciones ponen de manifiesto que existe una fuerte interrelación entre nuestro ADN y el de los gérmenes.

En pocas palabras, si los virus están íntimamente ligados a la simbiosis humana no se pueden mantener que sean patógenos, sólo cuando existen agresiones externas, los virus encapsidan para mantener el equilibrio perdido. Que las investigaciones lo encuentren en el tejido enfermo no significa que sea la causa sino la consecuencia.

Con más paciencia y mejores microscopios, las teorías alternativas del germen pudieron comprobar que nuestro cuerpo se puede entender como un ecosistema que pretende estar en equilibrio y que los gérmenes cumplen una serie de funciones digestivas, metabólicas, defensivas, mentales, entre otras, insustituibles, en una perfecta simbiosis con el organismo que les da cobijo. A estos socios biológicos se les llama microbioma, concepto que actualmente es cada vez más usado.

Nuestras células son el resultado de la fusión de diferentes microorganismos que continúan viviendo en simbiosis, de modo que nuestro ADN integra la información genética de gérmenes, y en nuestras células continúan viviendo antiguas bacterias que posibilitaron la obtención de energía a partir del oxígeno: las mitocondrias celulares, que tienen su propio ADN y que son tan sensibles a los antibióticos como cualquier otra bacteria de nuestro microbioma.

Al igual que es importante para el medio ambiente reciclar la basura, también lo es para las células muertas, reciclando sus productos de desechos metabólicos, como ecosistema que es. Tanto la tarea de limpieza, como otras relacionadas con la producción de energía, o la regulación de la convivencia, las lleva a cabo el microbioma, un sistema ecológico desarrollado tras miles de millones de años de pura interacción del organismo vivo con su entorno, que más que llamarlo «sistema inmunitario«, como se hace desde el paradigma de la infección, mejor sería llamarlo «sistema de regulación simbiótica» con la finalidad última de regular la convivencia entre nuestro organismo y los gérmenes.

El Dr. Mercola, en su usual línea optimista, afirma que la existencia del microbioma es una buena noticia ya que nos permite tener mucho más control sobre nuestra salud: elegir nuestra alimentación es una de las formas más fáciles, rápidas y efectivas de mejorar y optimizar nuestro microbioma. La ciencia emergente aprecia que el microbioma es sensible, para bien o para mal, a los factores medioambientales tales como la alimentación, estilo de vida o la exposición a los químicos. En concreto, los alimentos procesados, antibióticos y pesticidas, resultan ser extremadamente nocivos para la flora intestinal.

Visión belicista vs visión simbiótica

La teoría de la infección da una visión en exceso belicista de la salud según la cual cotidianamente sufrimos invasiones externas que generan enfermedades. Y, en esta lucha, poco o nada importan los buenos hábitos de vida, ni la alimentación equilibrada, ni el estado de pureza del aire: la culpa de los problemas de salud la tienen los malvados gérmenes invasores. Esta visión mecanicista e impositiva, lleva asociada las “armas” y estrategias propias de un enfrentamiento bélico: un ejército defensivo para luchar contra los microbios, entrenados mediante vacunas, que serían una imitación debilitada del enemigo para conocerlo y aprender a neutralizarlo.

Frente a esta visión bélica, las investigaciones parecen indicar que las vacunas no se corresponden con la lógica de los procesos vitales, de hecho, no tiene base teórica ni constatación empírica. Es dudoso que las vacunas hayan podido erradicar enfermedades o proteger contra ellas; más bien creemos que sucede lo contrario: son peligrosas para la salud y la vida, y responsables con mucha probabilidad de una multitud de nuevas enfermedades graves, crónicas y degenerativas. El mismo argumento funciona para poner en entredicho los antibióticos y demás medicamentos.

.

Paginas Web de Nicolás Marín Contacto: nicolas.marin@gmail.com
NMarin Salud Sin Mas Merodeos Constructivismo Orgánico